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Escrito por Alejandro Torres Rivera   
Domingo, 11 de Mayo de 2025 11:18

 

 

9 de mayo de 2025

Concluido el Cónclave para la designación por parte del Colegio Cardenalicio del sucesor del Papa Francisco, un nuevo Papa como principal jerarca de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana ha sido investido de tal autoridad. Se trata de Robert  Francis Prevost, en adelante conocido como Papa León XIV

 

Nacido en Chicago, Illinois, Estados Unidos de América y parte de la orden religiosa agustina de la cual fue su superior global, es el primer Papa elegido proveniente de dicho país. No obstante, a pesar de su ciudadanía por nacimiento, el nuevo Papa también es ciudadano peruano tras adquirir la nacionalidad de dicho país, donde se desempeñó como obispo de Chicalayo antes de ser elegido por el Papa Francisco como director de la oficina en el Vaticano a cargo de hacer sus recomendaciones para nuevos Obispos, Arzobispos y Cardenales.

La selección de un nombre distinto al suyo, lo han venido haciendo los Papas desde la Edad Media. El primer caso ocurrió en el año 533 D.C. con Juan II. El último Papa con el nombre de León fue el Papa León XIII, quien ejerció su pontificado desde 1878 hasta 1903. Se dice que el nombre seleccionado por un nuevo Papa guarda una relación especial con la manera en que asumió su papado en Papa que le precedió con dicho nombre. Se especula que en el caso de León XIV no será la excepción.

 

A León XIII se le considera el iniciador de lo que hoy llamamos “Doctrina Social de la Iglesia Católica”, ello a partir de su Encíclica Rerum Novarum , de 15 de mayo de 1891, conocida en español como “de cambio revolucionario” o “Derechos y Deberes del capital y el trabajo”. Se trata de una Encíclica que viene a la luz en pleno apogeo y desarrollo del liberalismo económico, es decir, la época conocida como  las del desarrollo del “capitalismo salvaje”, cuya modalidad en pleno siglo XXI hoy la conocemos en sus nuevos desarrollos regresivos como “neoliberalismo”. Se trata, además, de la época en que se desarrollaron importantes luchas por parte de la clase obrera en aras de mejorar los términos y condiciones de empleo en los que vivía la clase obrera sometida por parte del capital; pero también una época en que cada vez más, percolaban en la clase trabajadora las ideas de cambio revolucionario y adhesión al socialismo como opción política y económica superior al capitalismo.

 

En la Encíclica Rerum Novarum, el Papa León XIII favorece el desarrollo de organizaciones sindicales por parte de los trabajadores, a la vez que defiende enérgicamente la propiedad privada de los medios de producción. Al referirse a ésta, declara que “la propiedad privada es claramente conforme a la naturaleza.” La Encíclica constituye en sí misma una respuesta desde la Iglesia Católica al avance de las ideas socialistas en el seno de la clase obrera. Algunos la consideran como la base desde donde surge la “democracia cristiana” como proyecto político.

 

En su propósito por controvertir el principio enunciado por Marx y Engels sobre la lucha de clases, la Encíclica expresa:

 

“Hay en la cuestión que tratamos un mal capital, y es el de figurarse y pensar que unas clases de la sociedad son por su naturaleza enemigas de otras, como si a los ricos y a los proletarios los hubieran hecho la Naturaleza para estar peleando los unos contra los otros en perpetua guerra. Lo cual es tan opuesto a la razón y a la verdad, que, por el contrario, es ciertísimo que así como en el cuerpo se unen miembros entre sí diversos, y de su unión resulta esa disposición de todo el ser, que bien podríamos llamar simetría, así en la sociedad civil ha ordenado la naturaleza que aquellas dos clases se junten concordes entre sí, y se adapten la una a la otra enteramente; porque sin trabajo no puede haber capital ni sin capital trabajo.”

 

En la propuesta papal para atender las relaciones de producción entre el obrero y el capitalista que le emplea se indica:

 

“…De estos deberes, los que tocan al proletario y obrero son: poner de su parte íntegra y fielmente el trabajo que libre y equitativamebte se ha contratado; no perjudicar en manera alguna al capital, ni hacer violencia personal a sus amos; al defender sus propios derechos abstenerse de la fuerza, y nunca armar sediciones ni hacer juntas con hombres malvados que mañosamente les ponen delante desmedidas esperanzas y grandísimas promesas, a que se sigue casi siempre un arrepentimiento inútil y la ruina de sus fortunas. Los ricos y los patronos recuerden, que no deben tener a los obreros por esclavos; que deben en ellos respetar la dignidad de la persona y la nobleza  que a esa persona añade lo que ser llama carácter cristiano. Que si se tiene en cuenta la razón natural y la filosofía cristiana, no es vergonzoso para el hombre ni le rebaja el ejercer un oficio por salario, pues le habilita el tal oficio para poder honradamente sustentar su vida. Que lo que verdaderamente es vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres, como si no fuesen más que cosas, para sacar provecho de ellos, y no estimarlos en más de lo que den de sí sus músculos y sus fuerzas. Ordénase asimismo que en los proletarios se tenga  en cuenta la Religión y el bien de sus almas.

 

Y por esto, es deber de sus amos: hacer que a sus tiempos se dedique el obrero a la piedad; no exponerlo a los atractivos de la corrupción, ni a los peligros de pecar, ni en manera alguna estorbarle el que atienda a su familia y el cuidado de ahorrar. Asimismo no imponerle más trabajo del que sus fuerzas pueden soportar, ni tal clase de trabajo que no lo sufran su sexo y su edad. Pero entre los principales deberes de los amos, el principal es dar a cada uno lo que es justo…”

 

Otros Papas como fue el caso de  Pio XI evoca la Encíclica de León XIII a través de su encíclica Quadagesimo Anno de 1931, Juan XXIII en Mater et Magistra en 1961 o Centecimus Anno por Juan Pablo II en 1991.

 

En la Encíclica Mater et Magistra del Papa Juan XXIII del 15 de mayo de 1961 hace referencia “sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la Doctrina Cristiana”, aún cuando en parte de la anterior Encíclica de León XIII, podemos avizorar en sus enunciados algunos matices distintos, particularmente contextualizando en momento en que aquella Encíclica se produjo. Evidentemente  hablamos de momentos distintos en el desarrollo del capitalismo y las relaciones de producción, como también contextos distintos en el desarrollo económico de los pueblos. A tales efectos, Juan XXIII indica, en referencia al momento histórico en el cual se produce Rerum Novarum:

 

“Como es sabido, por aquel entonces la concepción del mundo económico que mayor difución teórica y vigencia práctica había alcanzado era una concepción que lo atribuía absolutamente todo a las fuerzas necesarias de la naturaleza y negaba, por tanto, la relación entre las leyes morales y las leyes económicas.

 

Motivo único de la actividad económica, se afirmaba, es el exclusivo provecho individual. La única ley suprema reguladora de las relaciones económicas entre los hombres es la libre e ilimitada competencia. Intereses del capital, precios de las mercancías y de los servicios, beneficios y salarios han de determinarse necesariamente, de modo casi mecánico, por virtudd de las leyes del mercado.

 

El poder público debe abstenerse sobre todo de cualquier intervención en el campo económico. El tratamiento jurídico de las asociaciones obreras variaba según las naciones: en unas estaban prohibidas, en otras se toleraban o se las reconocía simplemente como entidades de derecho privado.

 

En el mundo económico de aquel entonces se consideraba legítimo el imperio del más fuerte y dominaba completamente en el terrero de las relaciones comerciales. De este modo, el orden económico quedó radicalmente perturbado.

 

Porque mientras las riquezas se acumulaban con exceso en manos de unos pocos, las masas trabajadoras quedaban sometidas a una miseria cada día más dura. Los salarios eran insuficientes e incluso de hambre; los proletarios se veían obligados a trabajar en condiciones tales que amenazaban su salud, su integridad moral y su fe religiosa.

 

Inhumanas sobre todo resultaban las condiciones de trabajo a las que eran sometidos con excesiva frecuencia los niños y las mujeres. Siempre amenazador se cernía ante los ojos de los asalariados el espectro del paro, la familia vivía sujeta a un proceso paulatino de desintegración.

 

Como consecuencia, ocurría, naturalmente, que los trabajadores, indignados de su propia suerte, pensaban rechazar públicamente esta injusta situación; y cundían de igual modo entre ellos con mayor amplitud los designios de los revolucionarios, quienes les proponían remedios mucho peores que los males que había que remediar.”

 

La nueva Encíclica Mater et Magistra asume otro acercamiento al problema planteando que “la economía debe ser obra, ante todo, de la iniciativa privada de los individuos”, aunque añade, “ya actúen éstos por si solos, ya se asocien entre sí de multiples maneras para procurar sus intereses comunes”; y en lo que respecta al Estado, garantizando “una producción creciente que promueva el progreso social y redunde en beneficio de todos los ciudadanos.” Esa intervención, sin embargo, según expresa la Encíclica, por profunda que sea, ha de darse sin “coartar la libre iniciativa de los particulares, sino por el contrario, ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa, salvaguardando, sin embaro, incólumes los derechos esenciales de la persona humana.

 

La Encíclica toma nota con “profunda amargura” de países y continentes en los cuales la remuneración del trabajador es tan baja “que quedan sometidos ellos y sus familias a condiciones de vida totalmente infrahumanas.” Haciendo un llamado a la “adaptación entre el desarrollo económico y el progreso social”, destaca la necesidad de una remuneración justa que tome en consideración los siguientes factores: (a) efectiva aportación de cada trabajador a la producción económica; (b) la situación financiera de la empresa en la cual se trabaja; (c) exigencias del bien común en cada comunidad política; y (d) exigencias en las comunidades internacionales, entendiendo por esta última, evitar competencias desleales en materia de expansión económica, relaciones armoniosas entre los distintos Estados y la cooperación con las comunidades políticas más pobres.

 

Las estructuras económicas de cada Estado deben ajustarse a la dignidad del ser humano. Destaca también su apoyo al movimiento del artesanado y al cooperativismo. Promueve que a los trabajadores se les dé “participación activa en los asuntos de la empresa donde trabajan, tanto en las privadas  como  en las públicas” y las relaciones entre los trabajadores y sus patronos basadas en el “respeto mutuo, de la estima, de la comprensión y, además, de la leal y activa colaboración en interés de todos en la obra común”.

 

El documento papal de 1961 reafirma el carácter natural de la propiedad privada al señalar que “aun en lo tocante a bienes de producción, tiene un valor permanente, ya que es un derecho contenido en la misma naturaleza, la cual nos enseña la propiedad del hombre individual sobre la sociedad civil, y, por consiguiente, la necesaria subordinación teológica de la sociedad civil al hombre.” Sin embargo, también se hace referencia a la propiedad pública. Indica al respecto lo siguiente:

 

“Nuestra época registra una progresiva ampliación de la propiedad del Estado y de las demás instituciones públicas. La causa de esta ampliación hay que buscarla en que el bien común exige hoy de la autoridad pública el cumplimiento de una serie creciente de funciones.”

 

La Encíclica no obstante llama la atención a que tal avance en el desarrollo de la propiedad pública no debe llevar a pensar que la propiedad privada, como interés especial, ha desaparecido.

 

El documento entra a discutir aspectos relacionados con el desarrollo social de los Estados en aspectos tales como la agricultura y la necesidad de una adecuada política económica agraria; la seguridad social; las desigualdades y asimetrías sociales en el desarrollo de los países; incremento demográfico y desarrollo económico y la colaboración internacional.

 

Para la doctrina social de la Iglesia Católica según expresada por el Papa Juan XXIII “el hombre es necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un orden sobrenatural.”

 

Los debates desarrollados a partir de esta Encíclica y del Concilio Vaticano II, convocado en 1959 por el Papa Juan XXIII, las deliberaciones de la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano de 1962; la Encíclica Pacen in Terris de 11 de abril de 1963; los documentos aprobados durante la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) del 9 al 16 de octubre de 1966; la Encíclica Populorum progressio del Papa Paulo VI de 26 de marzo de 1967; los pronunciamientos de la Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana en 1968, conocida como la “Conferencia de Medellín”; y los de la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana, conocida como la “Conferencia de Puebla”, de 1979 sirvieron de pilares al desarrollo de la Teología de la Liberación en América Latina. Esta adopta un enfoque de análisis del texto bíblico de forma crítica poniendo mayor énfasis en su ámbito social donde la salvación individual se vincula con los procesos colectivos y sociales en el marco de las estructuras económicas, sociales y políticas de nuestros pueblos.

 

Señala el Dr. José Enrique Laboy en su libro Católicos Rebeldes en Puerto Rico durante la Guerra Fría (2015), lo siguiente:

 

“El proceso de secularización histórica dejó la vía libre para que los cristianos desafiaran el orden social de la opresión mediante una nueva práctica política que correspondiera más fielmente a su fe. Esta dinámica de comprensión trajo consigo lo siguiente: la ética del orden se convirtió en ética de la liberación; la política del orden se transformó en política de liberación del orden existente y la teología del orden evolucionó en teología de la liberación.”

 

Más adelante el autor nos indica:

 

“La Teología de la Liberación también comprendió el caráter de explotación en la sociedades latinoamericanas, el cual se expresaba en la lucha de las clases oprimidadas contra las clases opresoras. Aunque su teología fundamentó claramente el carácter liberador del Evangelio, no le costó más remedio que hacer uso del instrumental del socialismo marxista para su análisis social.”

 

En la Doctrina Social de la Iglesia Católica encontramos hoy los fundamentos de la práctica social del catolicismo. A pesar de algunas inconsistencias históricas en el plano de su ejecución, la Doctrina Social de la Iglesia Católica toma como base y sustrato los textos del Antiguo y Nuevo Testamento; documentos escritos a través del tiempo por importantes teólogos, así como Encíclicas escritas por diferentes Papas, particularmente a partir del Siglo XIX.

 

Los fundamentos universales en los cuales descansa la Doctrina Social de la Iglesia Católica son los siguientes:

 

  1. La dignidad humana es la zapata y el sostén a partir del cual se organiza todo proyecto económico, político, cultural o social.

 

  1. Es de la dignidad del ser humano, de donde deriva la solidaridad, expresada la misma en el amor hacia los pobres y el rechazo a toda manifestación de individualismo.

 

  1. La justicia y la caridad son los instrumentos a través de los cuales se contribuye al bien común de los seres humanos en aras de mejorar sus condiciones de vida.

 

  1. Todos los seres humanos son iguales en la sociedad en que viven.

 

  1. El concepto “desarrollo” no se limita meramente a “crecimiento económico”, sino a aquello que propenda al tránsito de condiciones de vida menos humanas, a condiciones de vida más humanas, respetando a la naturaleza como un bien común.

 

  1. Proclama, entre otras medidas de justicia social, la defensa de los derechos de los trabajadores y sus aspiraciones por salarios justos, descanso, garantías sociales, seguridad social, derecho al trabajo, y el derecho a organizarse para la defensa común de sus intereses.

 

  1. Afirma que el derecho a la propiedad privada no es un derecho absoluto e irrestricto, sino destinado al disfrute común de todos.

 

  1. Llama al pueblo de Dios a defender los derechos de los pobres y los débiles.

 

  1. Reivindica el derecho a la vida. Todo cuanto atente contra ella, viola la integridad de la persona y ofende la dignidad humana.

 

  1. La Doctrina Social de la Iglesia Católica convoca a la libertad como proceso individual y como ejercicio solidario colectivo, procurando también que la paz sea la base de la convivencia social y política.

 

El nuevo Papa León XIV se enfrenta a una Iglesia profundamente dividida en cuanto a algunos aspectos doctrinales entre quienes promueven mayor cambio y renovación, y quienes de apegan a conceptos y visiones conservadoras e incluso reaccionarias. El Papa Francisco aportó con su visión particular, sus estilos de comunicación hacia su feligresía, pero en particular con su humildad y ejemplo, el camino lento pero afirmativo de renovación de la Iglesia Católica. León XIV, como sucesor del Papa Francisco, tiene la oportunidad de profundizar en aquellos cambios necesarios en esta institución religiosa. La selección hecha de su nombre “León” genera expectativas hacia la profundización de los cambios necesarios, pero particularmente de afirmación en torno a la doctrina social de la Iglesia Católica, tan necesaria en momentos en que el autoritarismo, el neoliberalismo y el fascismo asoman una vez más su rostro sobre los pueblos y clases oprimidas.

 

La lucha por la paz, la justicia social y la solidaridad debería ser el faro de luz a seguir.

 

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