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El pecado del amor en los Amoríos de Silvio Rodríguez PDF Imprimir Correo
Escrito por Elma Beatriz Rosado   
Miércoles, 29 de Marzo de 2017 12:43

silvio

La peregrinación había comenzado desde la noche del viernes. El sábado se presentaría en San Juan el concierto Amoríos, de Silvio Rodríguez, pero los insaciables peregrinos acudirían a una primera cita en un enigmático local aledaño al Paseo Tablado de Piñones. Convocados por el edicto del “Tributo a Silvio Rodríguez”, viajarían rumbo a Loíza, en busca del lugar que ofrecía tal disfrute.

 

 



Bordeando la costa ya sentían los aires salitrosos y poco después de atravesar el puente que demarca la frontera entre San Juan y Loíza, los peregrinos llegaron a su meca. La mayoría de ellos visitaba el restaurante 3 Antillas por primera vez. No es de extrañar, pues apenas una semana antes había abierto sus puertas –y ventanas de madera– el emblemático local. Sus paredes blancas y las puertas y ventanas azules con bordes rojos no portaban esos colores por mera casualidad. Así como el nombre 3 Antillas honra a las tres islas antillanas de habla hispana unidas por la historia, así también se honran los colores que tejen las banderas de esas tres hermanas: Cuba, República Dominicana y Puerto Rico.

Su poco tiempo de vida no fue impedimento para que los anfitriones de 3 Antillas se aprestaran a validar el onomástico de su establecimiento con un tributo al venerado cantautor cubano. Para algunos de los peregrinos sería la primera vez que escucharían al joven cantautor que acometería la gesta silviana, aunque para otros sería refrendar una voz vibrante por la cual daban fe. Sería una oportunidad para escucharlo presentar el trabajo de Silvio, y sería como una especia de antesala al concierto.

Los convocados cruzaron el umbral de la puerta y se internaron en el patio de arena, incitados por el clamor de las olas cercanas. Una vez desparramados en sillas hundidas o sillas rectas, cada cual según su preferencia, tertuliaron entre ellos, aprovechando el rato de confabulación. Algunos, los menos, escogieron acomodarse en el interior del local, resguardándose de la intemperie. Hubo quien no pudo asistir debido a un leve padecimiento respiratorio y permaneció en casa, prefiriendo no arriesgarse, con tal de poder estar en condiciones para no perder el concierto el día siguiente.

Un poco más temprano se había producido un percance que había amenazado la primera cita: el cantautor quedaba varado en Vieques, no pudiendo regresar de la Isla Nena. Se había anunciado una vaguada con múltiples aguaceros y tronadas para todo el fin de semana y al parecer, las condiciones del oleaje alteraron el itinerario de transporte marítimo desde Vieques. Quién sabe si era, tal vez, un rabo de nube que se interponía y provocando que el cantautor no pudiera llegar. Ni cortos, ni perezosos, los anfitriones contactaron a quien salvó la velada: Alí Tapia, un cantautor con repertorio propio, cuya música tenía gran influencia de Silvio y otros exponentes de la trova cubana. Sus planes originales eran pasar una velada tranquila, pues también anticipaba su visita al concierto al día siguiente. Afortunadamente, accedió a la petición, y salvó la noche. Alí rasgó la guitarra captando la atención de los presentes. Aderezaba las canciones de Silvio con algunas de sus propias composiciones y uno que otro regalo de nueva trova. Entre esos melódicos matices transcurrió la noche, como anticipo a Amoríos.

El sábado crepuscular de San Juan recibía a los primeros peregrinos de la segunda cita. Según se abrieron las puertas, era menester atravesar un riguroso proceso de inspección y cotejo para poder acceder al vestíbulo. A quien llevaba dos banderas pequeñas, una de Puerto Rico y otra de Cuba, le removieron los palitos de madera, quedando estas sin soportes. También hurgaron en su cartera y le retiraron una camiseta que llevaba como un obsequio, ya que aparentemente estas armas de expresión no están permitidas. Así de peligrosas son. La camiseta tenía un mensaje breve: “Yo [el trazo exterior de un corazón dibujado en rojo] UPR”, queriendo significar “Yo amo la Universidad de Puerto Rico”. El obsequio era para el Aprendiz de Brujo, en caso de que hubiera alguna oportunidad de hacerlo llegar.

Recordaba la última vez que Silvio había visitado a Puerto Rico. Fue en mayo de 2010. Los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico se manifestaban en huelga, como protesta por la imposición de la administración universitaria de una onerosa cuota de 800 dólares por semestre. Silvio les había manifestado su apoyo y solidaridad durante su estadía. Inclusive había redactado un mensaje de puño y letra para ellos. En el mismo concierto les dedicó la canción “El escaramujo”. La recuerdo bien porque la frase me encanta y la cito muy a menudo: “si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”. Pensando en esa solidaridad de Silvio con los universitarios, la camiseta con el mensaje “Yo amo la UPR” parecía ser un buen regalo, un regalo con significado. Justo ahora cobraba mayor sentido, ya que los estudiantes se estaban reuniendo frecuentemente en asambleas en todos los recintos con el fin de discutir las estrategias a seguir ante el nuevo atropello y asalto a la universidad. El Congreso de Estados Unidos, en su poderío sobre lo que para ellos es un mero territorio bajo su posesión, impuso una Junta de Control Fiscal, la cual ha determinado que hay que removerle 450 millones de dólares de su presupuesto a la universidad. Evidentemente, esto significa que la universidad quedaría destrozada. Pareciera haber una vendetta permanente contra la Universidad de Puerto Rico y un desprecio total hacia la educación superior pública.

Yo le comentaba a alguien: “Silvio escribió una canción especialmente para la Junta de Control Fiscal. Es algo así:



Me acosa el carapálida que carga sobre mí,
sobre mi pueblo libre, sobre mi día feliz.
Me acosa con la espuela, el sable y el arnés;
caballería asesina de antes y después.”



Bueno, será que con eso del concierto casi a punto de caramelo, se me ha contagiado el humor cubano. Pero, es que no puedo dejar de sentir que esa canción es para este momento:



La tierra me quiere arrebatar,
el agua me quiere arrebatar,
el aire me quiere arrebatar,
y sólo fuego, y sólo fuego voy a dar.



Y así es que los estudiantes se sienten: que son nuestra tierra, nuestra agua, nuestro aire, nuestro fuego. Aunque la canción no figuró en el pentagrama del concierto Amoríos, me digo a mí misma que de seguro, uno que otro de los presentes, debió tararearla como lo hice yo, en el camino de regreso. Ojalá que los estudiantes la reencuentren y con sus voces estruendosas la hagan resonar una y otra vez para infundir mayores energías a las fuerzas de luchar y reafirmar su última y certera estrofa:

Me acosa el carapálida que siempre me acosó,
que acosa a mis hermanos, que acosa mi razón.
Me acosa el carapálida que vive de acosar,
hasta que todos juntos le demos su lugar.


Bueno, pero regresando al presente. Ya caía la noche y todos ocupaban sus puestos, procurando adivinar con qué canción comenzaría el concierto. Algunos se cantaban especialistas en la materia, y quién sabe si a lo mejor había troperos entre ellos. Por cierto, un mexicano, muy emocionado contaba que había venido desde Texas, exclusivamente a ver el concierto y escuchar a Silvio. Al otro día partiría de inmediato para cumplir con sus compromisos. Su enorme sonrisa delataba el inmenso significado de estar allí presente; lo hacía transparente en su declaración, algo así como desnudar el alma.

Una breve introducción a cargo del cuarteto de jazz: piano, contrabajo, vibráfono y la batería precedió la aparición de Silvio. Ante una ovación del público en pie, llegó hasta su guitarra y de inmediato acometió la obra, entregando a los presentes “Una canción de amor esta noche”. Como hombre de buenos encuentros y que ha conocido sombras, así también como soledades, ofrecía “Tu soledad me abriga la garganta” y advertía que en el imperio mañoso nunca se debe confiar, evocando al Che, y seguramente el espíritu de Martí. En esa “Tonada del albedrío”, nos recordaba lo que decía el Che, que al buen revolucionario sólo lo mueve el amor. Ante la nueva propuesta de Amoríos, anunciaba una rumba de un “Día de agua”, que es como un amorío con el agua, aunque señalando todo lo que se va rodando al mar.

Los aplausos cerraban cada una de sus canciones y las expresiones de admiración del público eran en extremo evidentes. Sin embargo, mayores aplausos antecedieron las próximas interpretaciones, porque, como siempre, en un regalo de exclusivo privilegio para los boricuas, ofrecería por primera vez ante un público la totalidad de la tetralogía de “Mujer con sombrero”. Iniciando con “Dibujo de mujer con sombrero”, en la cual se nos hizo muy familiar un ojalá que contigo se acabe el amor, retomaba la muy conocida “Óleo de mujer con sombrero”, junto al público, que espontáneamente comenzó a cantar con él. Allí cuenta sobre la mujer que se ha perdido conocer el delirio y el polvo, que se ha perdido su forma de amar y revivimos cómo al final lloraba por verla morir. Luego, presentaba “Detalle de mujer con sombrero”, explorando el universo, galaxias, planetas, hasta “Mujer sin sombrero”, para contar sobre un amor que canta y eterniza y que te hace trascender. Pues, así confirmábamos que nadie ocuparía su silla, ni su canción: Silvio era ovacionado en agradecimiento por ese regalo tan singular.

La intervención como solistas del ya conocido y bien querido trío Trovarroco hizo mella en el público que lo aplaudió a rabiar, especialmente por sus ejecuciones en las cuerdas, rasgando las guitarras con especial destreza y el coro de compay, compay, que provocaba mayores aplausos.

Casi in crescendo anunciaba Silvio su próxima canción. La dedicaba a las mujeres. A una mujer. A una mujer puertorriqueña. A Ana Belén Montes. En medio de los aplausos y vítores, explicaba que la dedicaba a Ana Belén por su ayuda a Cuba. Y comenzaba con los versos: me estremeció la mujer que empinaba sus hijos hacia la estrella de aquella otra madre mayor… Conmovía, mucho más cuando decía:



Me estremeció la muchacha
hija de aquel feroz continente
que se marchó de su casa
para otra, de toda la gente.



Indescriptible las emociones suscitadas. Particularmente, por la reciente liberación de Oscar López Rivera, preso político puertorriqueño encarcelado por el Gobierno de Estados Unidos, así como Ana Belén.

Con una breve alusión al gran intelectual y revolucionario cubano Rubén Martínez Villena, entonaba la “Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena”. Seguidamente se producía una estruendosa respuesta del público cantando con fiereza junto a Silvio una de sus canciones más emblemáticas, durante su enérgica interpretación de “La maza”. Fue impactante, porque se sintió la energía brutal de quienes se conocen y se reconocen en un canto que jamás se agotará. Fue en ese momento que presentó a varios de los músicos, integrantes del cuarteto de jazz: Jorge Aragón Brito (piano), Emilio Vega (vibráfono y percusión), Jorge Reyes (contrabajo), Oliver Valdés (batería y percusión). Los demás integrantes del concierto, el trío Trovarroco: Rachid López (guitarra), Maykel Elizarde (guitarra tres) y Cesar Bacaró (bajo acústico), los presentaría más tarde, junto a Niurka González (flauta y clarinete), quien fue muy aplaudida por sus ejecuciones magistrales, que dejaron a muchos absortos. Desde ese plano, Silvio se remonta a su galaxia sencilla donde hay un sol al interpretar “En cuál de esos planetas”, tratando de encontrar en cuál de ellos hay hermanos, en cuál de ellos hay un pacto universal y en cuál de ellos se halla el mundo.

Tras “San Petersburgo”, dejaba su “Testamento”, enumerando todas las deudas acumuladas, particularmente la canción que le debe a lo imposible, a la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanza. “Quién fuera”, se preguntaba, buscando una palabra, buscando melodía, buscando ser trovador. Con su proclama de “El necio” enardeció a la multitud, que la cantaba a pulmón y enfatizaba cuando dicen que me arrastrarán por sobre rocas cuando la Revolución se venga abajo… Todavía recuerdo en el anterior concierto cuando la multitud al unísono gritó un ¡NO! que retumbó con fuerza.

Como si hubiesen cobrado mayor ánimo, cantaban muy fuerte con él “La era está pariendo un corazón”, antes de la emocional y conmovedora interpretación de “Ángel para un final”, que provocó lágrimas silenciosas en algunos de los presentes al punto de que una de ellas ni siquiera pudo aplaudir al terminar la canción. Silvio anunciaba otra sorpresa: la invitación a la Camerata Coral de Puerto Rico, que lo acompañaría en “Ojalá”. El público aplaudía antes de iniciarse la canción en la que jovencitos y jovencitas vestidos con uniformes de camisa negra y pantalón blanco sugerentes de una época histórica en Puerto Rico, acompañaban al Aprendiz de Brujo en una de sus canciones más universales.

El cierre del concierto fue mágico. Antes de ofrecer lo que consideraba sería su última interpretación, explicó que la dedicaba a Pedro Albizu Campos –ante lo cual gran parte del público se levantó de sus sillas en aplausos–, a Lolita Lebrón, a Juan Antonio Corretjer, a Filiberto Ojeda Ríos y a Oscar López Rivera, siendo interrumpido tras cada uno de los nombres por los aplausos y las expresiones enfáticas solidarias con su propuesta. A todos ellos les dedicaba la “Canción  del elegido”, la que habla de un ser de otro mundo. Finalizada la canción, se despedía, recibiendo aplausos y vítores aun tras desaparecer del escenario.

Por supuesto, comenzaron las demandas: “¡otra, otra!”, que duraron lo que pareció ser un lapso considerable. Regresó para regalarnos una “Pequeña serenata diurna”, contándonos que vivía en un país libre y que era un hombre feliz y le pedía perdón a los muertos de su felicidad. Esa primera frase, vivo en un país libre, se sentía como sal en una herida, no porque él lo hubiese querido así, si no porque instintivamente, cada hombre y mujer de dignidad saben que merecen vivir en un país libre y se siente arder en lo más profundo de las entrañas que los puertorriqueños no seamos libres en nuestra propia tierra. También nos decía Silvio sobre un nuevo amor, piedra por piedra, hecho de sal y hecho de arena, como son todos los amores, en “Qué poco es conocerte”. De esa manera tan suave, se despedía, tal vez colmando con un bálsamo nuestra herida abierta.

Pero harto se ha dicho que los boricuas, en hermandad con los cubanos, reclaman a Silvio como suyo. Y así fue. No satisfechos con su gesto de haber interpretado, no solo una, sino dos canciones adicionales, clamaban a gritos por él. Esta vez pedían vehementemente a gritos: “¡Silvio!, ¡Silvio!, ¡Silvio!”, interminablemente. Hasta que Silvio, tan complaciente, volvió. Y, entonces sí, se despidió con “La gota de rocío”, que de seguro ya estaba a punto de aparecer, pues el concierto, que había comenzado a las nueve de la noche, ya rayaba en la medianoche y el rocío de seguro ya se aprestaba a vestir las hojas de las plantas.

Solo quedaba por recoger la camiseta peligrosa que proclamaba el amor a la universidad, pero esta quedaba en el recinto. Aunque aseguraban que sería devuelta al ser reclamada, no hubo mente para recordar procurarla en ese instante. Las emociones colmaban el corazón. Allí quedaba ese obsequio que significaba el pecado del amor en los Amoríos de Silvio Rodríguez. Justamente el pecado de amar una patria hermana y luchar por una educación gratuita para Borinquén como la que hace tiempo es un derecho en la Antilla mayor.

Así terminó una noche en que podíamos decir: esto es lo que faltaba para que saliera el sol…

 

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