La esclavitud que no cesa Imprimir
Escrito por Javier Colón Morera   
Miércoles, 22 de Marzo de 2017 12:43

esclavitud

La esclavitud no es un asunto del pasado, y en nuestra sociedad su legado racista sigue siendo una herida abierta. La fecha que marca su abolición en Puerto Rico no merece un tono complaciente. Aunque orgullosos de la resistencia social que produjo ese resultado histórico, ello no debe de distraernos de los retos enormes pendientes.



En nuestro caso el enfrentamiento con nuestra herencia esclavista nos obliga, para comenzar, a desterrar el racismo de los ámbitos de negación donde todavía se normaliza mediante el chiste racista y la subestimación de nuestra rica historia caribeña de mestizaje.

El problema del control enorme que unos seres humanos mantienen sobre otros asume nuevas formas en el mundo, algunas sofisticadas y otras difíciles de detectar. En ella se intersecan diversas formas de desigualdad racial, de género, de clase social y de perfiles migratorios marcados por la extrema precariedad. Escenarios puros y duros, de la pobreza absoluta y de conflictos armados y violencia extrema, proveen condiciones propicias mediante la cual se obliga a un niño a empuñar las armas, a trabajar en condiciones de completa inseguridad o a una joven a participar del tráfico sexual.

Según estimados del Global Index of Slavery al presente el fenómeno de la esclavitud en el mundo afecta a cerca de 45.8 millones de personas en 167 países. Esta cifra es resultado de un estudio que se viene realizando anualmente por la organización no-gubernamental Walk Free, la cual acaba de unir esfuerzos con la Organización Internacional del Trabajo para documentar y denunciar el problema. Aunque los estimados no sean exactos lo cierto es que se trata, aún, de una de las promesas incumplidas más notables de múltiples declaraciones de derechos humanos.

Esa esclavitud moderna involucra ámbitos diversos como el trabajo forzoso en la agricultura, la pesca y o la manufactura y la explotación infantil. Puede estar tan cerca de nosotros como la ropa que escogemos comprar o el teléfono inteligente que nos comunica, educa o divierte. Exige de nosotros una conciencia de qué productos adquirimos y cuál es el verdadero precio social que estamos apoyando con nuestro consumo. En algunos países la mera existencia de deudas incurridas en el pasado familiar se convierten en nuevos yugos que atan a las personas a condiciones de extrema explotación. En otros casos puede ocurrir el aprovechamiento extremo en contextos de servicios en los hogares muy difíciles de supervisar por los gobiernos.

La comunidad internacional se ha propuesto eliminar las nuevas formas de esclavitud, el trabajo forzoso y la explotación de la niñez para el 2025. Si el discurso de los derechos humanos pretende actuar como una especie de sismógrafo que alerta a la violación de conductas que atentan contra la dignidad humana, entonces este tema se tiene que registrar con fuerza y en sus distintas modalidades.

La intersección de opresiones es lo que produce las exclusiones más severas. Por ello también la respuesta social al problema tiene que ser plural. Cerca de nosotros debería provocarse una movilización para reformar un sistema penitenciario que discrimina y encarcela principalmente a jóvenes negros y pobres. Tenemos que apartarnos de un modelo fracasado de encarcelación masiva. Ello es parte indispensable del legado de la esclavitud que hay que superar, y que nos impiden celebrar hoy la fraternidad que las constituciones celebran en tono rimbombante. (endi.com)